Video por la Voz de América
(Por Tim Lister.- CNN) — El acuerdo que la comunidad internacional alcanzó con Irán respecto a su programa nuclear tal vez sea un inicio, un acuerdo temporal que brinde el espacio y la confianza mutua para llegar a un acuerdo más integral. Sin embargo, pone fin a tres décadas de rencor y enemistad entre Estados Unidos e Irán y tal vez sea el primer paso hacia un acercamiento de trascendencia histórica. El reto ahora es partir de allí.
La historia está llena de grandes logros en papel que se han hecho polvo a causa de los acontecimientos, por un panorama internacional en constante cambio, por engaños o porque los acuerdos en sí eran defectuosos.
Para el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, el acuerdo al que se llegó en Ginebra entra en la última categoría: es un error de magnitud histórica. No tiene fe en los mecanismos de verificación que se incluyeron en el acuerdo; está convencido de que Irán pretende engañar al mundo y se burla de «las concesiones cosméticas de Irán que se pueden cancelar en unas semanas».
Múnich
Algunos de los aliados de Netanyahu compararon el acuerdo de Ginebra con el documento más infame del siglo XX: el acuerdo al que llegó el primer ministro británico Neville Chamberlain con Adolf Hitler en Munich en 1938. Chamberlain regresó a Gran Bretaña con un documento que «simbolizaba el deseo de nuestros pueblos de nunca volver a hacer la guerra».
Con el acuerdo se autorizó imprudentemente la agresión nazi contra Checoslovaquia, lo que llevó a Hitler a creer que Gran Bretaña no se interpondría en el camino de sus conquistas futuras. Munich se volvió sinónimo de concesión.
Versalles
Hitler llegó al poder a causa de otro acuerdo internacional, uno al que los historiadores en general consideran un desastre y que terminó con una guerra en Europa solo para sembrar las semillas de la siguiente. El Tratado de Versalles, que se firmó en 1919 después de la Primera Guerra Mundial, contenía 440 artículos pero un solo objetivo: castigar a Alemania. Los vencedores —Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos— lo negociaron y lo impusieron sobre los vencidos.
Sus condiciones eran tan drásticas que Alemania perdió sus minas de carbón y sus colonias y se vio obligada a pagar a los aliados aproximadamente un 5% de su ingreso nacional durante una década.
Lo ocurrido en Versalles sumió a Alemania en una década de desempleo e hiperinflación masivos. Contrasta agudamente con el Plan Marshall, con el que se buscó reconstruir Alemania y Japón como naciones modernas y democráticas luego de la Segunda Guerra Mundial.
Sobre todo, el Tratado de Versalles demostró que castigar incesantemente a un enemigo que ya está de rodillas solo genera extremismo y sed de venganza. Tal vez el legado de Versalles se encuentra en alguna parte del subconsciente de los diplomáticos que tratan de demostrar a los moderados iraníes que el alivio de las sanciones es un premio alcanzable.
Sudáfrica
Las negociaciones solo inician cuando los adversarios se cansan de la confrontación, cuando el costo de la guerra y el sufrimiento que causa parecen superar a cualquier posibilidad de victoria o cuando la presión externa se vuelve insoportable. A veces se reúnen los tres factores y otros más.
Así ocurrió cuando el entonces presidente de Sudáfrica, F. W. de Klerk, se acercó a Nelson Mandela. Más tarde, De Klerk dijo: «Si no hubiéramos cambiado como lo hicimos, Sudáfrica estaría completamente aislada… Internamente tendríamos el equivalente a una guerra civil».
Unas condiciones parecidas llevaron a Israel y los Territorios Palestinos a iniciar el proceso de Oslo y al gobierno británico y al Sinn Fein —el ala política del Ejército Republicano Irlandés— a explorar un acuerdo político en Irlanda del Norte.
Las negociaciones secretas entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina se celebraron en Oslo tras la primera intifada palestina y la conferencia de Madrid de 1981; en ese entonces, Estados Unidos se dedicó intensamente a reunir a israelíes y palestinos con el fin de explorar un acuerdo de paz para Medio Oriente. Los Acuerdos de Oslo ofrecieron una oportunidad para construir una paz permanente; sus disposiciones establecían que esa oportunidad duraría cinco años.
El 13 de septiembre de 1993, el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, presenció el apretón de manos entre el primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin, con el líder de la OLP, Yasser Arafat, en la Casa Blanca y declaró: «Hoy se conmemora un momento brillante de esperanza para la gente de Medio Oriente; de hecho, para todo el mundo».
El mismo Rabin reconoció el impulso que hizo posible esa ceremonia. «Hemos venido a intentar poner fin a las hostilidades, para que nuestros hijos y nietos no tengan que pagar el doloroso precio de la guerra, la violencia y el terror».
La violencia destruyó esa esperanza. Dos años después, durante un mitin en apoyo a los Acuerdos de Oslo, Rabin murió a manos de un judío ortodoxo de derecha. Los palestinos militantes que se opusieron al acuerdo ejecutaron una serie de atentados contra civiles israelíes; un colono israelí asesinó a 29 palestinos en Hebrón. El «momento brillante de esperanza» se evaporó mientras hacían a un lado o eliminaban a los defensores de la diplomacia. Shimon Peres recibió la antorcha que cayó de la mano de Rabin, pero Netanyahu —quien había hecho una vigorosa campaña contra los Acuerdos de Oslo— lo derrotó en las elecciones de 1996.
Irlanda del Norte
El Acuerdo del Viernes Santo en Irlanda del Norte se dio porque el ERI —tras casi 30 años de atentados terroristas con los que pretendían expulsar a los británicos de la provincia— ya no veía beneficios en la violencia.
Los primeros ministros de Gran Bretaña e Irlanda, Tony Blair y Bertie Ahern, colaboraron arduamente para aprovechar los ceses al fuego unilaterales que ya habían declarado los paramilitares protestantes y católicos. Fue de utilidad que Estados Unidos los acompañara durante el proceso para que los líderes nacionalistas y unificadores se concentraran.
Quince años después de que se lograra el acuerdo, este persiste porque la alternativa es impensable para la mayoría de los ciudadanos de Irlanda del Norte. Tanto Sinn Fein como los unificadores participan en el gobierno. La discriminación institucional contra la minoría católica —en el sector educativo y laboral— quedó atrás.
Bosnia
Se puede decir lo mismo de la antigua Yugoslavia. El Acuerdo Dayton de noviembre de 1995 puso fin oficialmente a la guerra en Bosnia, un conflicto entre musulmanes, serbios y croatas. Limitó el poder del caudillo de los serbios, Slobodan Milosevic, pero no erradicó la enemistad sectaria que explotó de nuevo en Kosovo, tres años más tarde. La destitución de Milosevic como presidente de Serbia permitió que Serbia emprendiera el largo camino para reunirse con la comunidad de naciones. El incentivo fue la incorporación a la Unión Europea. Como ocurrió en Irlanda del Norte, no reina la armonía entre los grupos étnicos de Bosnia a pesar del abundante apoyo y asistencia de la comunidad internacional.
Tras una década de sanciones paralizantes, Irán tiene una oportunidad para romper con el aislamiento. Sin embargo, los escépticos estarán atentos al comportamiento de la república islámica en varios aspectos, no solo el nuclear: su respaldo al régimen sirio de Bachar al Asad y a la milicia libanesa de Hezbollah. Los rivales regionales de Irán —especialmente Arabia Saudita— lo acusan de fomentar el conflicto en Iraq, Yemen, Bahrein y Líbano.
Corea del Norte
Los saudíes no se tranquilizarán con un acuerdo nuclear temporal. Tal vez señalen el precedente del esquema que Estados Unidos y Corea del Norte acordaron en 1994, con el que se pretendía suspender el desarrollo de un arma nuclear en ese Estado marginado.
En un artículo para la revista estadounidense Foreign Policy, Robert Zarate y Daniel Blumenthal recuerdan que «Corea del Norte usó una serie de acuerdos recíprocos con Estados Unidos y otros países socios para aligerar las sanciones a cambio de la promesa de suspender o revertir los elementos de su programa de fabricación de armas nucleares, promesas que Pyongyang rompió a final de cuentas».
Corea del Norte abandonó finalmente el esquema y detonó su primer dispositivo nuclear en 2006. Tampoco mejoró su comportamiento en cuanto a las actividades de proliferación ni su hostilidad hacia Corea del Sur.
Sin embargo, el gobierno de Obama cree que el acuerdo de Ginebra implica que ahora Irán necesitará más tiempo para «surgir» como Estado poseedor de armas nucleares.
La «oportunidad diplomática» a la que el presidente se ha referido frecuentemente ha crecido un poco más. En palabras de un famoso filósofo de la guerra, Sun Tzu, «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin pelear».
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