(Diario EL UNIVERSO).- Su primer encuentro con el oso de anteojos (Tremarctos ornatus) fue en 1997. Pescaba en un río en el páramo en los límites de la zona sur del Parque Nacional Sangay, en la provincia de Cañar. Dice que estaba distraído cuando se percató de que un oso veía lo que pescaba.
Al mirarlo se quedó estupefacto. Unos treinta metros los separaban. “Igual la ventaja es que la especie de acá huye de la gente. Tienen un olfato desarrollado quinientas veces mejor que el de un perro”, cuenta Remigio Orellana, de 36 años, uno de los diez líderes premiados el 17 de mayo pasado por la organización Disney World Wildlife Conservation Fund.
Orellana junto con Armando Garzón, Santiago Marquina, Simón Abad, Fabián Tamay, Henry Ávila, Marco Pesántez, Martín Zanahuaray, Homero Abad y Pascual Zhibri recibieron el premio Héroes de la Conservación por su aporte a la protección del oso de anteojos, que está en la categoría en peligro de extinción en el país.
Los líderes comunitarios pertenecen a la Microempresa Asociativa de Guardaparques para la Conservación de la Naturaleza. El plan de involucrar a la comunidad en la conservación surgió en el 2009 con el apoyo de empresas y organismos estatales ante la declinación en el número de osos andinos que se da por factores como la reducción del hábitat y la cacería, cuenta Catherine Schloegel, directora de la Fundación Cordillera Tropical.
En el caso de Cañar, el problema se da también por la existencia de propiedades privadas en el interior del área protegida y en la zona de amortiguamiento, en las que hay pastizales y ganado. El 51% del área sur del Parque Nacional Sangay, que se extiende en la provincia de Cañar, está en manos privadas o comunitarias que tenían estos terrenos antes de la creación del área protegida.
Ello ha ido mermando el hábitat del oso de anteojos, una especie escurridiza de la que hay pocos estudios científicos. Incluso se desconoce el número de individuos que hay en el país. “Ahí radica la importancia de involucrar a las personas locales en la conservación para que sea efectiva”, afirma Schloegel. “El Ministerio del Ambiente no tiene la capacidad de hacer todo y debemos colaborar (…). Hay siete guardaparques para la zona”.
Los premiados trabajan con los científicos de la Fundación Cordillera Tropical y la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.). El trabajo incluyó la instalación de diez cámaras en el bosque para capturar en imágenes a los osos. Así se ha identificado a 21 osos de anteojos entre el 2010 y el 2011. Se trata de especies que viven en la zona en medio de propiedades privadas y el área protegida. El patrón de las manchas blancas en el rostro y pecho es una seña de identidad, ya que es única en cada especie, según Schloegel.
Solo en la zona de Dudas, área en la que Remigio Orellana hace su monitoreo, se han identificado nueve osos andinos y una madre con su cría.
Los líderes comunitarios deben dar mantenimiento cada quince días a las cámaras (cambiar pilas y reemplazar las tarjetas de memoria). Orellana fue uno de los primeros en involucrarse en el proyecto. Lo hizo luego de trabajar en varios oficios como en la construcción de una carretera y la agricultura.
El líder comunitario llegó a la zona por motivos fortuitos. Su abuelo murió en 1994, por lo que se trasladó de Quito a la comunidad Pindilig, en el cantón Azogues (Cañar), para hacerle compañía a su abuela.
Una de las propiedades de su familia se extiende en los límites del Parque Nacional Sangay y la zona de amortiguamiento. Un río los separa. Cuerpo de agua que divide también lo intervenido de lo que está en mejores condiciones de preservación, dice Orellana.
Otra propiedad familiar de 25 hectáreas se ubica en el interior del área protegida, en la que ya no realiza actividad. “Había potreros para pastizales, pero dejé que se regenere”, dice.
Otro dato recopilado durante el proyecto que tiene financiamiento hasta el 2015 es que la madre abandone a su cría tras dos años de cuidado. Y que la dieta del oso consiste en bromelias, puya y anfibios pequeños. “Muy poco ataca al ganado. Pasa a veces cuando no tiene qué comer por la pérdida del hábitat”, comenta Orellana, quien en sus recorridos toma fotos de los hechos ilícitos que incluyen la tala de árboles.
La cacería es otra de las amenazas, dice Schloegel, quien agrega que el proyecto tiene una arista educativa para que los niños de las escuelas conozcan la zona en la que viven. Algunos moradores cazan al oso andino para el uso de su manteca, a la que se le atribuye dones curativos, o solo por cazarlos, agrega la científica.
El Parque Nacional Sangay es el cuarto más grande en el Ecuador y cubre casi 502.000 hectáreas en las provincias de Cañar, Chimborazo, Morona Santiago y Tungurahua.
Henry Ávila, ganadero de 24 años de la comunidad de Llavircay, es uno de los más jóvenes involucrados en el proyecto.
El campesino se encontró con un oso andino hace tres años cuando ascendió al páramo a unos 3.400 metros. Cuenta que estaban en medio del pajonal cuando vio un oso unos diez segundos a unos quince metros. “Apenas nos percibió se metió al bosque”, recuerda Ávila. “Tienen buen olfato y huyen de nosotros los humanos”, comenta.
Textual: Ganador de premio
Remigio Orellana
LÍDER COMUNITARIO
“Cuidamos para que la gente no siga talando el bosque con lo que se reduce el hábitat del oso andino”.
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