(BBCMUNDO).- Los que no saben los llaman «sombreros de Panamá», pero los conocedores saben que el sombrero de paja más fino del mundo proviene de Ecuador y mencionan ciudades como Montecristi y Cuenca.
Sin embargo, pocos saben de un pequeño poblado llamado Pile.
Pile es una población de unos 1.000 habitantes ubicada a 10 minutos del Océano Pacífico en la provincia ecuatoriana de Manabí, la tierra donde crece la paja toquilla con la que se teje el sombrero que durante la primera mitad del siglo XX se comercializó mayormente a través del canal de Panamá, de allí la confusión con su nombre.
«Hacemos los mejores sombreros», me dicen Diógenes y Francisco Pilligua, hermanos octogenarios que no dudan al momento de jurar y rejurar que el talento nació en Pile y de aquí pasó el sombrero a Montecristi y luego a Panamá».
«Ellos se crecen pero nosotros somos abandonados. Por eso el nombre de Montecristi o de Panamá en los sombreros. Pero nosotros hacemos los sombreros. Nosotros descalzos, rasgaditos».
Las calles de Pile son de tierra y para obtener señal de celular en el centro urbano hay que acercarse a la puerta de la iglesia, templo al que asiste dos veces por mes el sacerdote desde el vecino San Mateo a dar la misa.
Lea también: Sombreros de paja estarán en desfiles en Italia
Observando el pueblo desde la ruta que bordea la costa pacífica del país, uno difícilmente imaginaría que un producto salido de Pile puede ser adquirido por miles de dólares en el mercado internacional, pero de las manos de sus tejedores, o tejenderos como ellos se llaman, nace el sombrero que imita a la seda.
El Tejedor
«La gente se sorprende por el precio de los sombreros pero cuando los tocan se quedan más sorprendidos, porque parece seda de lo suavecito», cuenta con orgullo Simón Espinel, con orgullo y con conocimiento: una de sus creaciones puede venderse por más de 25.000 dólares en Estados Unidos.
Sentado en la sala de su casa le pregunto si es el mejor tejedor de sombreros del mundo.
Con la suficiencia de quien ha dado muchas entrevistas, me responde que todos los periodistas que lo han entrevistado (y han sido varios, desde National Geographic hasta la Radio Pública de Estados Unidos) le preguntan lo mismo.
«Puede que sea el mejor tejendero de Ecuador y del mundo, pero no de mi comunidad. Porque aquí todos sabemos tejer, yo simplemente me he sacrificado para llegar adonde estoy», afirma con su flamante camiseta de la selección ecuatoriana de fútbol, tan amarilla como el sol que arde sobre Pile.
Simón comenzó a tejer a los 14 años, imitando el trabajo de sus padres con la paja que ellos botaban, la paja mala que le dicen aquí.
Lea también: El tejido de paja toquilla, un arte que trasciende
Diez años después tomó una decisión que le cambiaría la vida, tejió durante cuatro meses un sombrero para un gringo que le compraba sombreros a su padre.
«Y le enseñé el sombrero. Y le gustó al señor. No me dijo nada, solamente me lo pagó. Me lo pagó unos 400 o 500 dólares. Al siguiente año vino y me pidió que le tejiera otro. Y le gustó más que el primero. Y allí me dijo que trabajara solo para él. Me preguntó cuántos sombreros le podía entregar al año y yo le dije que, si Dios quiere, unos seis».
Pero Simón cambió las reglas porque él quería «hacer el sombrero más fino que pudiese».
De seis pasó a cuatro y ahora tan solo entrega dos sombreros por año. Cobra una mensualidad del gringo y cuando unas de sus creaciones se vende recibe un bono que no baja de las cuatro cifras.
«Para empezar, en el material yo me demoro primero unos 15 días, entre el secado y la paja lista, rajada como le decimos. Simplemente para comenzar el armadito me demoro otro medio día. Y en la plantilla yo me demoro más de dos meses, antes de bajar hacia la copa. Es un trabajo para hacer despacio, sin rapidez», sentencia.
El comprador
En 1987, el gringo, cuyo nombre es Brent Black, leyó el libro de viajes «The Panama Hat Trail», en el que Tom Miller, su autor, estimaba que el arte de tejer sombreros finos moriría en menos de 20 años.
«Decidí viajar a Montecristi para ver estos sombreros antes de su extinción. Parecía en ese momento una aventura divertida. Y lo fue».
Black fue en busca de Rosendo Delgado Garay, un vendedor mencionado en el libro, quien eventualmente le mostró uno de los famosos super finos.
La textura del sombrero lo conquistó. «Decidí que la predicción de Miller no se cumpliera, pero es obvio que el arte no está salvado, simplemente sobrevive, pero las matemáticas están en su contra».
Para el vendedor los números no mienten: para mantener vivo este arte, los tejedores deben recibir, al menos, el salario mínimo en Ecuador, entre 300 y 400 dólares al mes.
Tejiendo entre 14 y 16 sombreros al año (buenos sombreros pero de menor calidad que las creaciones de Simón) es necesario cobrar unos US$310 por sombrero, cuando en la práctica ellos cobran aproximadamente un tercio de esa cantidad.
Lea también: Buscan mejoras para fabricar sombreros de paja toquilla
En el mercado internacional los precios de un sombrero, depediendo de la calidad y de su finura, pueden ir de 100 a 30.000 dólares.
«Ya había comerciantes que habían vendido sombreros finos entre 20.000 y 30.000 dólares antes de yo lograra ubicar un sombrero a esos precios», explica Black, quien comercializa estos productos por internet.
Preguntado sobre quién puede gastar ese dinero en uno de estos artículos de lujo, recuerda que el actor Charlie Sheen compró un sombrero hecho por Simón en 2008 a $ 25.000.
Un año después, un rey (no especifica de dónde) adquirió 21 sombreros que costaban entre $ 10.000 y $ 25.000. Otros compradores son emprendedores de internet y gerentes de multinacionales.
Pero el negocio no es seguro, hay años enteros que no se vende ningún sombrero o, en ocasiones, el sombrero puede dañarse durante el transporte o almacenamiento. Entonces, el trabajo de meses desaparece en segundos.
El pueblo
Rosendo Delgado Garay no solo le mostró su primer sombrero a Black sino que -en búsqueda de los sombreros más finos- lo llevó a Pile, donde el arte de los tejenderos había pasado de generación en generación.
«No sé si hay más tejedores en Pile que en otras localidades ecuatorianas como Las Pampas, El Aromo o San Lorenzo, pero es genial que estén tan orgullosos de su arte y de su pueblo», dice Black.
«Tejer los sombreros más finos es su tradición, quizás incluso está en su ADN. El padre de Simón era famoso por su talento y los hijos de Simón han demostrado grandes habilidades, tal vez haya un componente genético que explica por qué los mejores sombreros salen de allí», especula.
En Pile, el gringo creó una fundación para mantener a los tejedores en el negocio, lo que implica cuidados médicos para los artesanos, el financiamiento de obras comunitarias y el pago de comisiones de venta a los tejedores para que no abandonen el oficio.
También creó una escuela para jóvenes tejedores, pero no es el único, otro centro educativo similar fue fundado por el Estado.
Los profesores de la escuela financiada por Black son Patricia y Fausto López, cuñados y tejedores, que tratan de enseñarle dos oficios a los alumnos: el tejer y la lentitud.
«Si tejemos rápido, el sombrero perdería su calidad. Es mucho mejor tejerlo despacio, seleccionando la paja, entre la paja blanca y la amarilla, con paciencia», dice Patricia.
«Uno tiene que ir con mucho cuidado, mucha paciencia. De qué vale tejer rápido si el sombrero va feo», opina Fausto y añade: «El chico que le toma cariño sigue y sigue, el que no, no hay forma».
El futuro
Cristian Alejandro es uno de los niños que le tomó cariño al oficio, aunque lucha al momento del armado del sombrero, debido a que en el arte de meter y cruzar pajas, algunas quedan flojas y se caen.
«No sé si hay más tejedores en Pile que en otras localidades ecuatorianas como Las Pampas, El Aromo o San Lorenzo, pero es genial que estén tan orgullosos de su arte y de su pueblo», dice Black.
«Tejer los sombreros más finos es su tradición, quizás incluso está en su ADN. El padre de Simón era famoso por su talento y los hijos de Simón han demostrado grandes habilidades, tal vez haya un componente genético que explica por qué los mejores sombreros salen de allí», especula.
En Pile, el gringo creó una fundación para mantener a los tejedores en el negocio, lo que implica cuidados médicos para los artesanos, el financiamiento de obras comunitarias y el pago de comisiones de venta a los tejedores para que no abandonen el oficio.
También creó una escuela para jóvenes tejedores, pero no es el único, otro centro educativo similar fue fundado por el Estado.
Los profesores de la escuela financiada por Black son Patricia y Fausto López, cuñados y tejedores, que tratan de enseñarle dos oficios a los alumnos: el tejer y la lentitud.
«Si tejemos rápido, el sombrero perdería su calidad. Es mucho mejor tejerlo despacio, seleccionando la paja, entre la paja blanca y la amarilla, con paciencia», dice Patricia.
«Uno tiene que ir con mucho cuidado, mucha paciencia. De qué vale tejer rápido si el sombrero va feo», opina Fausto y añade: «El chico que le toma cariño sigue y sigue, el que no, no hay forma».
El futuro
Cristian Alejandro es uno de los niños que le tomó cariño al oficio, aunque lucha al momento del armado del sombrero, debido a que en el arte de meter y cruzar pajas, algunas quedan flojas y se caen.
«El sombrero sirve mucho aquí en Pile, en nuestra fuente de trabajo, con eso sobrevivimos, mantenemos nuestros estudios, comida en el hogar, todas las necesidades», dice Cristian con una mirada social poco común para su edad.
A su lado, Yulixa es más pragmática: «Yo quiero ser tejedora porque quiero ser alguien en la vida».
Black confía en que estos niños sean los Simón, los Fausto, las Patricias del mañana, para que la profecía del libro que leyó hace 30 años no se cumpla:
«La idea es que los niños tengan una oportunidad de aprender a tejer y quieran ser el próximo Simón. Yo querría que Simón sea su Pelé, su Maradona, su héroe, y que su meta sea igualarlo o superarlo».
De esos alumnos depende el futuro de Pile, que sobrevirá mientras la paja se siga confundiendo con la seda. (I)